Siguiendo las líneas de lo que dijese Guaicaipuro Cuauhtémoc en “La verdadera deuda externa”, me propongo dar su merecido reconocimiento a los primeros pobladores de América, decenas de miles de años antes de que se bautizase como tal. Con notable ironía y no pudiendo librarse del todo de la profunda devastación -por no decir ira- que siente el autor con respecto a sus llamados de manera sarcástica hermanos, éste dispone su suerte de carta abierta a la mancomunidad indoamericana como así si hacérselas llegar pudiera, a los usurpadores europeos del siglo XVI y a aquellos que a día de hoy los defienden. Doy mi apoyo a esta teórica Carta de Intención del Viejo Continente para que, en pocas palabras, nos devuelva todo lo que nos hizo. Sin embargo, esta carta también forma parte del conjunto de frases humorísticas que Cuauhtémoc ejerce sobre sí mismo, tratando de sostener la cordura y no desesperar ante la realidad de que la carta jamás existirá. Europa jamás podrá redimirse por lo ya sucedido, mas tampoco es probable que vaya alguna vez a reconocer que lo ocurrido fue un enorme error, una tragedia transcontinental que no debe ni puede ser bendecida con el perdón. Ni el perdón del Dios cristiano ni de ningún Dios en que creyeran los desposeídos pueblos originarios de nuestro continente bastaría para subsanar la pérdida de vida y obra de tantos seres humanos. Sin entrar en el ámbito financiero en el que se explaya Guaicaipuro, me parece más trascendental hacerle notar a las altas coronas imperialistas de Europa que son las responsables de catástrofes en territorio ultramarino y cuyas consecuencias repercuten incluso en estos días. Hasta yo -ironizando- me atrevo a afirmar que el “hombre blanco” se las da de dueño de las tierras de América pero no protege a sus habitantes de la destrucción de su cultura. Es más, redoblaría la apuesta jactandome del hecho de que este desmembramiento del tejido íntimo de la cultura indoamericana pre-occidental fue perpetrado justamente por las personas que debían evitar que esto ocurriera. Dicho esto concluyo con algunas preguntas a mi mismo, a mis hermanos indoamericanos y también a los de afuera. ¿Por qué, hermanos, nos han despojado de todo lo que importaba, ellos, que como porfiados dueños de nuestras tierras y nuestras almas, deberían protegernos de semejantes cataclismos? ¿Por qué, oh líderes del por venir, en asunción del pecado que significa cuestionarlos, nos han hecho esto? ¿Por qué, yo, no debo quedarme callado ante tanta injusticia? Me permito contestarme esta última pregunta. No me quedaré callado no solo por mi ni por Guaicaipuro Cuauhtémoc, inspirador de mis palabras y mi fuerza de voluntad, sino no me quedaré callado, para poder gritar por aquellos que ya no tienen voz.
Fernando Kreyness 4º4°