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Daniela Lencina 4°1

La casa de las cruces rojas


‘’Federico Vivanco. Cuerpo desaparecido. $7 millones de dólares. Urgente’’.

Simple y sin más información. Estaba escrita a mano, en imprenta de un color rojo y algo movida. Detrás del sobre, un mapa con indicaciones y una cruz en el centro. ‘’Hudwintown 328, Londres’’ en letra pequeña y subrayada se leía una dirección en la parte inferior. A 2 horas de aquí. Tomé mi bolso, las llaves del auto y conduje hasta la dirección dada, en donde intuí que había alguna casa. Un silencio invadía tanto la calle, como el pueblo que parecía solitario. Era una casa enorme, algo vieja, tenía dos pisos. Una puerta gigante, con una cruz dibujada en el medio. ‘’La cruz roja estaba en la cruz roja’’ pensé. La empujé y logré entrar. Algo tenía, sentía algún tipo de atracción por esta casa.

-¿Hola? - pregunté-¡¿Hola?! – repetí, pero ni un murmullo se escuché. Recorrí cada una de las habitaciones, de arriba a abajo. Al fondo de la casa, un jardín, en donde se podía ver el sol caer y la noche llegando. Decidí adueñarme de una de las habitaciones y descansar. A media noche, un ruido se escuchó en el piso de abajo. Una luz en el jardín. Parecía provenir de un faro o algo similar. Tomé un cuchillo de la cocina y al tomarlo sentí un escalofrío, como una corriente que me invadía de pies a cabeza. En mi otra mano, una linterna. Era hora de bajar.

-¿Hay alguien ahí?- pregunté en el medio de un suspiro. De golpe, la única luz que había desapareció, incluso la de mi linterna. La única claridad que había era la de la luna que brillaba en el fondo del jardín. Sentí un escalofrío en mi espalda y al girar, un tipo de unos cuarenta años, flaco, alto, pálido, con una cicatriz en forma de cruz que se podía ver en su mejilla izquierda, me tomó del brazo y sentí un escalofrío aun más fuerte, como una patada que me inquietó y paralizó.

-¿Madison?- preguntó con un tono raro. Casi susurrando y hablando despacio continuó– ¿Madison Jones?

-¿Cómo sabe mi nombre, quién eres y qué haces acá a esta hora? –pregunté atemorizada

-Vine a regar las margaritas –respondió en un tono seco y se fue. Un papel se le cayó de su bolsillo, mientras se retiraba caminando, algo rengo y rápido. Tomé el papel que estaba arrugado y al abrirlo, otra cruz roja había. Asustada y sin entender nada de lo que acababa de pasar me fui hasta mi habitación para poder dormir algo, no sin antes revisar pieza por pieza. Un jardinero en el medio de la noche de aspecto raro sabía mi nombre. Otra persona en mi lugar ya se estaría yendo, pero mis ganas de quedarme acá superaban el miedo. Mis ojos se volvían cada vez más pesados, hasta el momento en el que me ahogué en un profundo sueño.

Un rayo de sol que se asomaba de la ventana pequeña que estaba frente de la cama, logró despertarme. Segundo día en marcha, tomé mi bolso y decidí ir por un café en algún bar de este pueblo.

-Un café por favor- le pedí a la encargada de la caja del único bar del pueblo. Me senté frente a un ventanal y en mi agenda anoté todo lo ocurrido, tanto el aspecto de la casa, el mapa, las cruces rojas que se volvían tan repetitivas y el tipo extraño de anoche. Unas cuatro horas después, ya casi anocheciendo, sentí como si mi cuerpo me estuviera pidiendo que volviéramos ya a la casa. A minutos de haber llegado vi unas luces por el pasillo que daba hacia la parte de atrás, cerca del jardín. De una puerta desconocida salían luces por debajo. Intenté abrirla pero estaba trabada, busqué un martillo para derribarla. Di uno, dos y hasta tres golpes pero la puerta seguía trabada, al cuarto y último golpe la puerta se abrió por sí sola, como si alguien del otro lado hubiera tomado la manija y la abriera. Un paso y ya estaba adentro, aterrada y con la respiración acelerada. La habitación estaba a oscuras, no se podía ver nada. Sólo se podía sentir un olor que me cortaba la respiración.

-¿Quién está ahí? – con una voz temblorosa pregunté.

Sentí una respiración fría en mi oreja izquierda. Cuándo quise irme, la puerta se cerró, dejándome encerrada. De repente todas las luces de la habitación se encendieron, dejándome a la vista paredes decoradas de cruces rojas de diferentes tamaños, que marcaban una especie de camino hacia otra puerta, que supuse que era la del baño. Nuevamente las luces se apagaron. Caminando pegada a la pared intenté buscar la puerta principal por la que había entrado para irme de allí, pero me tropecé y caí encima de algo. Un olor horrible hizo que mi garganta se cerrara y me costara respirar aun más. Se escuchaba una puerta abriéndose lentamente, era la puerta del baño. Corrí hacia ella ya que era el único lugar que estaba iluminado. Al entrar vi toda la habitación sucia, la peste salía de allí. La cortina de la bañadera tenía dibujada una cruz roja enorme. Al correrla, una imagen hizo que me quedara paralizada, me costaba respirar, no podía moverme, no podía gritar, ni huir, solo podía sentir escalofríos recorriendo mi cuerpo de arriba abajo, mi garganta se volvió áspera, no tenía siquiera saliva. Era el jardinero, en la bañadera llena de sangre. En su mano tenía un arma y por encima de él una carta. En el piso sólo había sangre y una pluma roja. De a poco mi respiración volvía a la normalidad. Pude moverme. Tomé la carta y la intenté leer. Otra cruz dibujada.

‘’Caíste en la trampa’’. Letra en rojo, imprenta y algo movida. Al igual que la carta que recibí con el mapa. Estaba confundida. Necesitaba explicaciones. Giré el sobre de la carta para encontrar algo que me explicara qué estaba pasando y cayó una foto. Temblando, la tomé y era una foto del mismo jardinero que había entrado a la casa a regar las margaritas a media noche, el mismo que se suicidó y estaba junto a mí en la bañadera repleta de sangre. En la parte de atrás de la foto, estaba escrita con la misma letra roja: ‘’Soy Federico Vivanco, el jardinero. Ahora te toca a ti’’. Llorando y gritando, choque con el espejo del baño que estaba empañado. Con mi mano la limpié y en mi rostro apareció una cicatriz de una cruz en mi mejilla derecha, al igual que la de Federico, el jardinero. Limpié mis lagrimas, tomé el arma con mis manos y en un suspiro repetí ‘’Ahora me toca a mí’’.

El ruido del gatillo hizo que la casa se volviera silenciosa y abandonada nuevamente. Era turno de que alguien más buscara a Madison, al igual que ella lo hizo con él y se repitiera la misma historia. La historia de la casa de las cruces rojas.


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