Era 25 de febrero cuando Liliana Crociati junto a su marido disfrutaban de la paradisíaca isla de Hawaii. Ella salió de la galería del hotel luego de tomar un licuado para llamar a su padre. Le preguntó sobre la estancia en el norte, la sarampión de su madre, dio pequeños detalles sobre su luna de miel y dejó para lo último que su padre le contara las nuevas sobre su perro Sabu.
Sus planes el día siguiente eran un paseo en barco. Almorzaron con unos turistas franceses que habían conocido en una excursión al Palacio Iolani días atrás. A eso de las 3.15 de la tarde embarcaron. Al acomodarse a Liliana le sorprendió la ausencia de un guía, pensó que llegaría pronto ya que hasta donde creía su amado no tenía ninguna experiencia en barcos. El velero comenzó su rumbo a Dahu, navegado por su esposo, quiso cuestionar pero lo reprimió porque a pesar de ser su luna de miel no estaban en su mejor momento como pareja y parecía que él sabía lo que hacía.
Había pasado casi una hora de la navegación cuando su prometido decidió sacar de un extraño bolso un objeto del que Liliana no se percató ya que ella miraba el mar muy tranquila.
Él se acercó a ella y de un movimiento brusco se sentó sobre sus muslos, con sus manos en las mejillas de ella acariciándola.
-Estoy tan feliz de que estemos acá a pesar de todos los problemas que tuvimos, no hay nada que nos pueda separar -dijo él.
Ella sonrió por lo bajo y se relajó dejándose llevar por un ferviente beso hasta que las manos empezaron a bajar por su cuello y él despegó su boca para decirle:
-Pasaste de ser mía a que todo lo que tenés sea mío.
Con un cable sacado de su bolsillo apretaba cada vez más fuerte su cuello y la lucha de ella por soltarse era en vano ya que su cuerpo era diminuto.
Al mismo tiempo a 12000 km Sabu se alejaba de la mansión de los padres de Liliana para esconderse bajo los sauces y morir de tristeza.
Él tiró su cadáver al agua atado a una roca, secó sus patillas sudorosas y fingió dolor y preocupación en su relato del supuesto accidente a la policía para luego tomarse el primer avión a Buenos Aires.
Lo primero que hizo ni bien llegó a Argentina fue discutir con los padres de ella, llenos de desconsuelo y amargura, el cuándo y dónde se realizaría el velorio.
Se le ocurrió la gran idea de mandar a hacer una escultura de Liliana junto a su perro en el cementerio de la Recoleta para limpiar su imagen por si quedaba alguna duda de su fallecimiento y ser el viudo que todos esperaban.
Seis meses después estuvo terminada, ella estaba tallada a la perfección en su vestido de novia con su mano derecha apoyada sobre la cabeza de Sabu que tenía la mirada al frente. Al costado, una placa escrita por su marido que decía:
"Liliana, amor: fuiste lo mejor y más intenso que me pasó, en el mejor momento la vida te arrebató de la peor manera y me vas a doler siempre. Con tu familia te vamos a recordar como la mujer inteligente y espontáneamente feliz que eras."
Los días pasaron y se cumplió un año de la muerte de Liliana, se reunieron sus familiares, amigos y el esposo al que se le caía la cara al ver que la placa decía algo diferente:
"Soy Liliana y mi vida me la quitó mi marido para quedarse con mi fortuna. Ahora que se sabe de verdad que fue de mí, espero descansar en paz y que mis amados padres hagan justicia por lo que se hizo conmigo. Para siempre, Liliana".